El ensayo Ver y saber de Bernard Berenson (Elba, 2019; traducción de Jordi Ainaud) abunda en el compromiso entre el pensamiento y el sentimiento, esto es, entre el saber y el ver. Es evidente que cuanto más sabemos de algo más lo disfrutamos. Y en ese mirar, se quiera o no, entran en juego las convenciones sociales. Para ello Bernard da algunos ejemplos, como esas figuras lejanas que deberían ser manchas de tinta en los cuadros y que, sin embargo, apreciamos con toda nitidez. O cómo Bellini (1433-1516) creó el paisaje romántico que hoy conocemos. O cómo Joyce descoyuntó el lenguaje para dar trabajo a los críticos literarios. O cómo ha cambiado el sentido del desnudo a lo largo de la historia, desde las venus de la fertilidad hasta la llegada de los griegos.
Nos habla asimismo de las diferencias entre el arte mesopotámico y el egipcio, de cómo las aguas volverán a su cauce, dejando de lado las geometrías, volviendo a lo figurativo. Todo el texto se ofrece acompañado de un par de docenas de ilustraciones en blanco y negro.
El muy ameno ensayo de Bernard data de 1948, en un mundo deshecho después de la Segunda Guerra Mundial.