El ensayo Ver y saber de Bernard Berenson abunda en el compromiso entre el pensamiento y el sentimiento, esto es, entre el saber y el ver. Es evidente que cuanto más sabemos de algo más lo disfrutamos. Y en ese mirar, se quiera o no, entran en juego las convenciones sociales. Para ello Bernard da algunos ejemplos, como esas figuras lejanas que deberían ser manchas de tinta y que sin embargo, apreciamos con toda nitidez. O cómo Bellini (1433-1516) creó el paisaje romántico que hoy conocemos. O cómo Joyce descoyuntó el lenguaje para dar trabajo a los críticos literarios. O cómo ha cambiado el sentido del desnudo a lo largo de la historia, desde las venus de la fertilidad hasta la llegada de los griegos. Nos habla asimismo de las diferencias entre el arte mesopotámico y el egipcio, de cómo las aguas volverán a su cauce, dejando de lado las geometrías y volviendo a lo figurativo. Todo ello acompañado con un par de docenas de ilustraciones en blanco y negro. El amenísimo ensayo data de 1948.
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.