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Selva de Irati

 A sabiendas de que la climatología juega un papel fundamental en el éxito de una ruta, o cuando menos en el disfrute de la misma, hoy viernes era el día propicio para desplazarse hasta la Selva de Irati. A las 10 de la mañana, en el aparcamiento, apenas había una docena de coches y parejo número de senderistas.

Disfrutaremos de una ruta que nos ofrecerá un sinfín de momentos inolvidables. El primero de ellos llegará con la contemplación de la cascada del Cubo. Conviene acercarse lo más posible para apreciar la caída del agua espumosa en todo su esplendor.

Luego nos internamos en el interior del hayedo. Es un placer pisar las abundantes hojas que impiden ver el suelo y las piedras que esconden, si bien hay que andar con cuidado de no darse una culada o trastabillarse entre tanta rama suelta. 

Tras dejar a mano derecha el refugio (una casa en ruinas), hay que seguir ascendiendo progresivamente hasta llegar a la cumbre del monte Lizardoia (1.199 m). 

El día se nos ofrece despejado, con un cielo azul y esclarecido, así que las vistas son espectaculares, tanto de la sierra de Abodi como del Orhi

Después seguimos por una pista forestal -que deja Francia al otro lado de un pequeño barranco casi seco.

Al caminar por el hayedo merece mucho la pena alzar la mirada y observar con atención las caprichosas formas de los árboles.

Primero vemos la cola del embalse, con escasa agua. Luego hay bastante más, pero dista mucho de la cantidad de agua que alberga después de la época de lluvias. Comemos en las faldas del embalse, bajo un sol muy agradable que nos calienta los huesos. 

Luego resta algo más de una hora de caminata por una pista hasta el aparcamiento, por el sendero del bosque de Zabaleta. Ya son las tres de la tarde y se ve meneo de gente. 

El área recreativa con asadores está hasta los topes de gente.  

En dirección hacia Ochagavía haremos una parada en los Altos de Abodi. 

La mirada se pierde en la contemplación de la cadena montañosa de los Pirineos Occidentales. Próximos a nosotros están los caballos salvajes y las vacas, entregados a sus quehaceres: las cosas del rumiar.

Aquí los fabulosos ocho: