No la mandorla con querubines, ni el poderoso puño de hierro, sino la delicada hoja de parra en precario equilibrio. También la fina aldaba silenciosa en una invitación a no llamar, a contemplar la fachada en la prudente distancia. Ves los bancales de ladrillo, la naturaleza reptando por la pared sin encontrar el auxilio de la ventana. Incluso el número resulta una víctima más del tiempo que no deja nada inmaculado en su poso de herrumbre. Crees que vences el tiempo con una foto porque atrapas el momento. Será una más de las miles de fotos arrumbadas en el móvil.