Despega los ojos del móvil y verás la noria recortándose sobre el armazón del cuarto puente. Estás en las barracas. Oyes los autos de choque, sientes la fiesta ambulante. Formas parte de un paisaje efímero, como lo es un pasado que parece ahora tan lejano, tan analógico, tan manual. Que huele a sudor y esfuerzo. Disparas con la carabina, tiras los dardos, comes nubes de azúcar y manzanas de caramelo. Te vas de la tómbola con las manos vacías. Ves los carteles de los puestos. Detrás hay sagas familiares que descubres ahora cuando asistes como espectador a esta sugestiva obra.
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.