Cristina Olea (Vigo, 1982), corresponsal de RTVE en los Estados Unidos, en Washington desde 2018, reúne sus crónicas sobre ese país convulso, bajo el título de La gran fractura americana. Trump, Harris y las crónicas de un país convulso.
Son muchos temas y enfoques los que aborda, en detalle, Cristina, a saber: la esclavitud, los migrantes, el muro, el trumpismo, el asalto al Capitolio, las guerras, Guantánamo, las clínicas donde no se puede abortar, los tiroteos o las sobredosis. Y dos capítulos finales; uno para cada presidente, el número 45: Donald Trump, y el número 46, Joe Biden. Luego un epílogo sobre Kamala Harris. El libro concluye en 2024, pocos meses antes de las elecciones que dieron la victoria, otra vez, a Donald Trump, el presidente número 47. A Joe, entre muchas cosas, le pasó factura (entre los votantes más jóvenes) la escasa atención prestada al sufrimiento del pueblo Gazatí, en comparación con el apoyo insobornable a Israel al que armó hasta los dientes. Recomiendo leer Anatomía de un genocidio, de Francesca Albanese.
El libro resulta muy interesante porque las breves crónicas en RTVE apenas permiten coger perspectiva sobre las noticias tratadas, de tal manera que estas crónicas, mucho más extensas y profundas, permiten al lector entender mejor el espíritu americano. Un país, o suma de estados, polarizado y fracturado (si hacemos caso al título).
Mientras unos presidentes apelaban a la unidad (Biden) otros (Trump) fomentan la división. Al hablar, vemos a diario como Trump necesita muy poco para referirse a sus contrincantes como traidores, enemigos del pueblo, etc.
Estas crónicas permiten hacernos una idea aproximada de cuáles son los problemas a los que se ve sometida la sociedad americana, y la distinta manera en la que demócratas y republicanos abordan, por ejemplo, la inmigración, y el mayor o menor desarrollo que va cogiendo el Muro que separa México y Estados Unidos. Así hay americanos que se trasladan junto al Muro para convertir su día a día en ir a la caza de los migrantes para entregarlos a las autoridades y que los enchironen o los deporten; y están también los samaritanos que dejan comida y agua en esas rutas, tan letales, ofreciendo a los migrantes un sustento mínimo.
Toca también Cristina temas que suponen un baldón, en el que se define a sí mismo como el país de las libertades, donde Guantánamo evidencia los fallos de un sistema jurídico que hace aguas y viola todos los derechos fundamentales de la persona, bajo el paraguas de la lucha contra el terror; aquellos lodos del 11S. Guantánamo sigue hoy todavía activo. Décadas después hay seres humanos pendientes de ser juzgados.
Otras cuestiones guardan relación con los abortos y la deriva republicana hacia suprimir un derecho al aborto instaurado hace cinco décadas en el país.
Algo más habituados estamos a los tiroteos que vemos con frecuencia en televisión, donde mueren niños y adolescentes en los colegios e institutos a manos de otros jóvenes. No hay solución porque el derecho a portar armas (hay más armas que ciudadanos) es un derecho inviolable, consustancial al ADN americano y los miles de muertes anuales por armas de fuego (16.725 en 2024, en 487 tiroteos masivos), lejos de animar a suprimir el derecho a llevar armas, parece reforzarlo. La solución según parece pasa por que haya todavía más armas disponibles, y a mano, para repeler los ataques de los que llevan armas. Una escalada, un bucle, en definitiva.
Hay espacio también para otro de los grandes problemas americanos: las drogas. A mediados de los noventa la familia Sackler puso en el mercado un analgésico opiáceo: el Oxycontin, altamente adictivo, que fomentó en consumo de fármacos con receta y también de la heroína. Después fue el fentanilo el que barrería del mapa a miles de ciudadanos.
El apartado del asalto al Capitolio permite hacernos una idea del valor que le concede hoy la ciudadanía y los votantes al concepto de verdad. La posverdad, el mentir a sabiendas, lejos de ser un problema, se convierte en la solución. De la misma manera que muchos votantes creen en Dios con una fe ciega, igualmente van a las urnas a votar por Trump sin importarles lo más mínimo las sentencias judiciales, que Trump sea un delincuente convicto, que mienta y se demuestre, a diario. Trump ha concedido el indulto a 1600 personas procesadas por el asalto al Capitolio.
En Washington, el fiscal especial Jack Smith, el mismo que lo imputó por los papeles secretos que se llevó de la Casa Blanca, tecleó por segunda vez «Estados Unidos contra Donald J. Trump». En esta ocasión lo acusaba de intentar subvertir la democracia estadounidense, en aquellos días en que la vimos tambalearse, cuando sus seguidores asaltaron el Capitolio. En su escrito de acusación reconstruye los pasos que dio Trump para mantenerse en el poder durante aquellos sesenta días de desinformación, desde que perdió las elecciones hasta que perdió la batalla por manipularlas. Cuenta cómo Trump intentó engañar a los estadounidenses. Dijo que en Georgia habían votado los muertos, a pesar de que Brad Raffensperger, de su propio partido, le explicó que no era cierto. Dijo que en Pensilvania había más votos que ciudadanos, a pesar de que el jefe del Departamento de Justicia, nombrado por él, le informó de que no era verdad. Dijo que en Arizona habían votado miles de personas que no eran estadounidenses, a pesar de que su propio jefe de campaña lo negó. Dijo que en Nevada habían duplicado decenas de miles de papeletas, a pesar de que los jueces ya lo habían investigado y desmentido. Dijo que las máquinas de votación emitían papeletas falsas para Biden, a pesar de que numerosos recuentos habían demostrado que no era así. Repitió una y otra vez que le habían robado las elecciones, a pesar de que sus propios subordinados le decían que no era verdad. El director de la agencia de ciberseguridad (CISA), nombrado por él, dijo que habían sido «las elecciones más seguras de la historia» y Trump lo despidió. Su vicepresidente le dijo que no podía hacer nada para cambiar los resultados y él lo llamó cobarde, mientras sus seguidores lo buscaban en el Capitolio y gritaban que había que colgarlo. Trump siguió diciendo en público que todo había sido un pucherazo, mientras en privado admitía la derrota. Una asistente que trabajaba en la Casa Blanca lo escuchó decir: «No quiero que la gente sepa que hemos perdido, es humillante».
Un país fracturado y dividido, con posturas antagónicas y parece que irreconciliables que queda muy bien explicado por Cristina:
Para los votantes republicanos, su país es libertad: libertad de expresión, libertad religiosa y libertad para llevar armas. En busca de esa libertad, los pioneros conquistaron estas tierras hace siglos. Los votantes demócratas cuentan la historia de otra manera. Para ellos Estados Unidos es diversidad. Lo fundaron con una idea: que todas las personas son iguales y tienen los mismos derechos. Ese sueño americano sigue incompleto, dicen ellos, y hay que seguir construyéndolo.

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