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Camino de Sos del Rey Católico no entraba en nuestros planes pararnos a visitar el Castillo de Javier, pero la experiencia nos dice que estas improvisaciones son la sal(sa) de la vida.
Los riojanos y los navarros estamos tocando, somos primos hermanos y por eso tenemos las mismas chifladuras en la cabeza. Al Castillo de Javier, dos veces al año, se dirigen miles de personas caminando, en bici, en coche (como nosotros), en patines, etc, para hacer la Javierada. Algo que me recuerda mucho a nuestra Valvanerada: más peregrinada que peregrinaje que consiste en caminar más de sesenta kilómetros desde Logroño hasta el Monasterio de Valvanera, partiendo a las ocho de la noche y caminando toda la noche y parte del día siguiente, hasta llegar alrededor de las ocho.
La visita al Castillo de Javier me permitió conocer algo mejor la figura de Javier. Tras cursar sus estudios en la Sorbona, en Francia, cayó en la órbita de Íñigo (luego Ignacio) de Loyola, de tal manera que Javier abrazará poco después la religión católica. Jurará los votos de caridad y castidad. Votos que deberían ser observados por todos los obispos, porque si se saltan los votos a la torera, la pedofilia y la usura siempre dejan víctimas por el camino. Javier formó parte como jesuita de la recién creada Compañía de Jesús (1534) y se trasladará como misionero al Oriente asiático, sobre todo a Japón, a difundir la palabra de Dios.
Murió joven, en 1552, a los 46 años. Antes tuvo la oportunidad de hacer algún milagro como el del cangrejo. Un milagro cogido por los pelos, o con pinzas. Su talante fue muy bien recibido por los orientales, algunos de los cuales se convertirán al catolicismo gracias a su palabra y ejemplo. En 1622 fue canonizado.
El Castillo se ve en un santiamén. El dato curioso es que Javier nació en el Castillo, que comenzó a construirse en el siglo X. Cuando nació Javier, sus padres: Juan de Jaso y María Azpilcueta y Aznárez de Sada eran entonces los propietarios.
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Sos no supone aquí una llamada de auxilio. La etimología latina nos llevaría a sursum (sobre lo alto), como el altozano en el que se asienta el pueblo.
Las empinadas calles dejan a cada lado casas de piedra en perfecto estado, otras a la venta, y alguna convertida en ruinas de las que asoman sillares cubiertos por la vegetación. Merece la pena reparar en las ventanas, de muchos tipos. Mis favoritas las geminadas y las saeteras. Y perderse por sus calles. Mientras caminaba por la calle Mentidero pensé en mi amigo César. Pues en alguna ocasión habíamos hablado acerca de la importancia de los Mentideros, como centro social y punto de encuentro de los lugareños en los pueblos, y que en ocasiones, con la gente muy venida arriba, recibían el nombre de Casinos.
La visita guiada, gracias a Raquel, fue la mejor manera de conocer todo aquello que la villa tiene que ofrecer al viajero.
Caminando por la judería llama mi atención la mezuzah: un cuadrado de piedra en la roca, en el marco de la puerta, en el lado derecho, donde se introduce un pergamino con textos de la Torá. O la calle Salsipuedes. Calle que no tiene salida.
Las piedras se demuestra cómo antaño fueron un elemento sobre las que realizar inscripciones. Una, en la plaza, referida a un eclipse solar. La inscripción se hizo en latín y al parecer la dovela del arco en el que estaba inserta se removió, y al volverla a poner, se colocó del revés. Lo cual no impide su lectura: Anno domini M CCC : L : IIII XVII die septembris : hora prima obscura uit sol.
Eclipse del que también se dejó constancia en Perugia.
La otra inscripción está en una roca de las siete puertas que hay en pie, en el portal de la Reina. La escribió un mando francés, harto de las escaramuzas de Espoz y Mina, que iban diezmando las tropas francesas invasoras durante la guerra de la Independencia.
En castellano viene a ser: “mierda para los voluntarios de Mina” y “veneno para Mina”. Si alzamos la vista veremos un matacán. Afortunadamente no corremos hoy peligro y nada veremos caer sobre nuestras cabezas desde las alturas.
En los capiteles, dos aves se picotean las patas. El delicadísimo trabajo en la piedra es obra del Taller del maestro Esteban. Y como colofón a la visita, en la cripta unos murales gigantes, de vívidos colores rojos, bien conservados, gracias a una temperatura estable.
Acabada la visita, rumbo al alojamiento, ya de noche, las calles estaban casi desiertas, solo se escuchaba el silencio o el murmullo quedo de las suelas del calzado sobre la piedra. También la presencia del aire frío invitando al recogimiento, tanto como a la fricción y el contacto.


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