Valvanerada 2002 o No hay tres sin cuatro.
Cuando le pregunté tiempo atrás a un colega cómo veía la Valvanerada de este año, y me
contestó, los ojos perdidos en el horizonte infinito: Todo se andará, en esa respuesta visualicé la semilla de una promesa, también la picazón de la futura aventura.
La noche del 27 de abril finalmente llegó y como no podía ser de otro modo ahí estaba el equipo más bandarra, haciendo exhibición de acopio, garra y pundonor -la terna de los más intrépidos- cinco jóvenes en edad de merecer formando parte del mismo.
El número del dorsal era alto: el 290. Salimos pasadas las 8 y media de la tarde, de un Ayuntamiento que estaba hasta la bandera. La persona que daba los
mensajes por el magnetofón andaba un pelín ofuscado, pues no se le entendía nada,
y cuando se entendía lo que decía, la cagaba. Es cierto que un mal día
lo tiene cualquiera, y la presión era mucha, acorde con la
responsabilidad del cargo de "voceador oficial".
Uno de la cuadrilla tenía los pies ardiendo. No era la mejor manera de empezar, porque luego tendría consecuencias terribles. Pero no corramos, ni andemos muy ligeros.
Llegó nuestra hora y tras unas plegarias a la virgen de Valvanera nos pusimos en
situación, cuadrados sobre las máquinas (las piernas, entiéndase), saludando a diestro y siniestro
a las multitudes enfervorecidas que saludaban a nuestro paso brioso. Nos dejaron, gracias a Dios, salir de Logroño, y proseguir por el barrio de Yagüe, a cuchillo, casi cerrando el abultado paquete.
La ruta hasta Navarrete se nos hizo muy pesada, por caminos de tierra después de atravesar la Grajera. Y
como ya empezaba a anochecer, de hecho, llegamos a Navarrete de noche, los
focos que alumbraban el paisaje más que ayudar te cegaban, y en otras
zonas, no había más luminosidad que la sumistrada por la luna llena, que arriba vigilaba atenta nuestros movimientos.
En Navarrete tuvimos ovación y
vuelta al ruedo, tomando un refresco al trote y escopeteados seguimos rumbo a Tricio; charla que te charla con el Choche, mi compañero de fatigas y penurias
por tierras riojanas.
Unas parroquianas en la edad del pato,
sobre los 15, nos hicieron saber que una era una forense frustrada y que a
los 18 saldría de la cárcel familiar, comprándose un piso con cuatro
amigas y montando una peluquería que sería la peluquería La Tanny y
estará ubicada en Fuenmayork, mientras, vamos contando estrellas y viendo
luces naranjas a lo lejos.
Antes de llegar a Tricio nos sirvieron un caldito que te alegraba la noche, que en este caso era estupenda pues hacía una temperatura idónea. En Tricio daban unas cazuelitas que no probé, pero que cuando volví en
autobús las vi formar parte de las vomitadas de algunos de los que
regresaban con nosotros. No sé yo si para el estómago es el alimento más
saludable, máxime si se trata de andar y andar, andar y no parar.
Aquí la cosa
se animó porque uno ya veía cercano Arenzana, en dónde nos dieron unos
yogures de plátano de cágate lorito, y un trago de zurracapote para
quien lo deseara.
La recta de Baños es un infierno. El que ha hecho la Valvanerada que permite el pareado con salvajada, lo sabe bien. Porque ves un
edificio blanco al fondo de una recta, de una empresa de embutidos, y la ves tan cerca
que parece imposible que la recta te suponga casi una hora de tiempo, y eso yendo
enmachetado con el Choche dándolo todo y más.
Dejando Baños del Río Tobía, pasamos a Bobadilla. Allí nos esperaba esa cocacolita universal que nos puso el nivel justo de azúcar en la sangre y prendió la chispa de la vida en nuestros cuerpos ya bastantes cansados.
Mi compa empezaba a sentir los píes como tizones, con
ampollas por doquier, surgiendo de manera caótica por la superficie de
sus desgraciados pies. ¿Se trataba de sufrir y expiar nuestros pecados, a través del sufrimiento, buscando el éxtasis espiritual en nuestro continuo fluir
entre lineas discontinuas y arboles voraces? No lo sé.
A lo largo de la
travesía vimos sirenas naranjas, cuerpos de protección civil, de la
guardia civil, de la cruz roja, sirenas azules y blancas de la policía,
el coche escoba... Y autobuses porteando a los que habían caído ya en esta guerra incruenta.
Al llegar a Anguiano, sorteamos todo el pueblo, y nos endosamos un cafecito
con unos bizcochitos y pim pam sin parar de gozar y con el cuerpo casi momificado, atendiendo quien sabe a qué impulsos, se dejaba llevar hacia el
destino final.
Los últimos quince kilómetros (después de los cuarenta ya hechos) son los
peores, porque uno va tomando consciencia de que todo lo bueno se acaba y tras tres horas de goce ininterrumpido (válgame la ironía) todo terminará y solo quedará pensar en el próximo año. Y entonces es cuando decides disfrutar cada momento, mas allá del dolor, y del sacrificio, y del sufrimiento.
El sol iba ya tomando posiciones en lo alto de las montañas, pintando de naranja las cumbres, para luego dar un triple salto mortal hacia el azul insondable y quedarse allí durante unas horas, en las cuales ya amanecía, y empezaba a calentarnos a los que íbamos rezagados y a eso de las 8,30 seguíamos disfrutando del placer de andar y deslizarse viendo pasar lineas discontinuas bajo tus pies.
Mi compañero de fatigas (y extenuaciones) no iba fino, se escoraba mucho en las curvas, sin llegar a caerse al suelo, y una vez enumeradas el número de ampollas, que superaban la docena, sin mencionar el catarro que atesoraba, la situación era más cómica que otra cosa, pues se me desataba la risa tonta, y el hombre no me daba un par de yoyas porqué estaba a un metro suyo, y a estas alturas de la película eso es un mundo inabarcable para un mortal.
Pero todo tiene su
final, y tras coger el empalme (el de la carretera, porque el cuerpo no estaba para desvelos eróticos), ese que nunca llegaba, nos hicimos a la
idea de que solo quedaban cinco kilómetros para llegar y terminar la
pesadilla.
A falta de dos kilómetros vimos el Santuario y
llenos de gozo, nos dejábamos ir arriba y abajo por esas carreteras infectadas
de curvas, atraídos por el imán de la piedra a lo lejos colgado en la
montaña.
Coronamos, juntos de la mano, caminando hacia la virgen, la última cuesta que suponía el final. Entregamos la boleta con todo el recorrido que habíamos hecho. Nos tomaron el tiempo empleado desde Anguiano; en este caso, tres horas y media: una machada, a la vista de la situación, y de los pies del colega, que más que pies eran melones partidos en cinco catas.
Arriba estaba reunida toda la gente, incluyendo a unos de Santo Domingo que se disfrazaron de zulús, y otros que cantaban canciones. Es tontería estar en Valvanera y no darle un abrazo a la virgen.
Fui para allá. En la iglesia, un chaval en un banco con la boca
abierta estaba profundamente dormido, y una mujer no lograba despertarlo ni
echándole el agua de la pila bautismal a manos llenas. La virgen estaba donde
siempre, le besé el medallón y me embargó la
emoción. Sentí que se me subían las bolas. Las de los gemelos. La gente le dejaba a la virgen sus dorsales, yo le
cedi mis lumbares, pues me servían de bastante poco.
Regresamos en bus. La organización fue un desbarajuste. Después de la palizita sufrida, tenerte esperando más de una hora para coger un bus, supuso la repera (de Rincón de Soto) en almíbar.
Finalmente nos agenciamos un autobús: una pena en movimiento. La gente dormitaba, vomitaba, se ofrecía catatónica, se estampaba contra las lunas, buscando el tan preciado sueño, apoyados en el reposabrazos.
Nos dejaron en la calle Murrieta. Y punto y...
FINAL
Hay aspectos de la marcha que merecen la pena ser comentados:
-Mucha
gente tiene autentica vocación y al hacer la ofrenda de flores a la
virgen uno entiende que se trata de un momento importante y muy emotivo para
ellos, y para el que tiene la suerte de verlo.
-Hay parejas que hacen los 60 kilómetros de la marcha cogidos de la mano. Prueba de fuego en toda relación que se precie.
-Familias
enteras de dos y tres generaciones, con niños cogidos de las manos de
sus progenitores con un brillo en la mirada que flipas en colores de
emoción.
-Unos de Sto Domingo que además de andar, interpretan canciones al ritmo de pandereta y flauta con sus correspondientes bailables.
-La gente que de forma altruista entrega su noche al bienestar de los otros.
-Quien te da ánimos cuando no puedes más y a quien no puedes ni darle las gracias, porqué no tienes fuerzas ni para abrir la boca.
-Grupos de jovencillos que hacen de esta noche algo memorable en sus cortas vidas.
-Personas de todas las condiciones, pesos, volúmenes y formas acometiendo la carretera y llegando vivos y coleando.
-Y sobre todo, un sentimiento de unión en una empresa común que solo se ve desde
dentro y que merece la pena hacerse al menos una vez en la vida, sin cebarse (nosotros la hicimos cuatro veces), yendo tu
ritmo.
-Con el lema de mi colega, todo se reduce a esto.
"Reteniendo pero fluyendo" de esta forma la Valvanerada será mucho más amena.