Nos acompaña la niebla por la autovía hasta Estella y se disipa en Artaza, punto de salida. Hoy el grupo cuenta con 31 excursionistas. Al poco de iniciar la ruta oímos disparos: hay una batida. La excursión la haremos por tanto en sentido inverso. De esta manera la ascensión al Krezmendi (bosque de los cerezos) será más tendida o llevadera.
En la cima, a 1.125 metros, la niebla impide ver apenas nada y nos quedamos con las ganas de ver el paisaje que se nos hurta.
A fin de reponer fuerzas, descansamos y hacemos una breve parada para comer y beber algo.
La recompensa al esfuerzo y la ascensión vendrá luego, una vez que nos internamos en el bosque místico. La humedad permite que el musgo menudee abundantemente sobre las gigantescas rocas, cada una distinta, creando una suerte de laberinto por el que extraviarse, rehenes voluntarios de tanta belleza circundante.
En el bosque también hay niebla, o quizás sea el aliento de los árboles, y la imagen no deja de tener su atractivo, a nada que uno preste atención a las formas de las rocas, que dan lugar a puentes, óculos o ventanucos.
Si uno no es cicatero y deja volar la imaginación, sentirá la llamada de lo mistérico y lo mágico, también el pellizco suave de la melancolía.
Del bosque salimos hasta un saliente, que nos ofrece, ahora que el cielo sí está despejado, unas inmejorables vistas de los montes de alrededor. Abajo un caserón enorme: Casa Palacio y cabo de armería de los Urra.
Es el momento de almorzar, charlar e incluso calentar los huesos al sol, tumbados sobre la hierba y las cagarrutas.
Ya solo queda ir descendiendo, flanqueados por las altísimas hayas. Por la sombra primero.
Y luego al sol, donde el terreno se vuelve más resbaladizo, con un firme más seco y polvoriento, hasta que veamos Artaza en la distancia, encaramado en una loma.
Es un gozo llegar y tener una fuente, en la que mane abundante el agua fresca, como sucede en Artaza, junto al lavadero.
Por estos lares, ya de regreso a Logroño, es cita obligada parar en la Venta de Larrión. El grupo se distribuye en mesas y la guinda a una ruta espléndida pergeñada por Javier, vendrá de la mano del bizcocho de Carmelo siempre esponjoso y sabroso.