Nunca llueve en California

 A los diecisiete años Lea conoce a Tom que le dobla la edad. Surge el enamoramiento de forma espontánea. Lea en sus amigos encuentra aburrimiento. Le parecen unos críos y Tom le ofrece otra cosa. En un primer momento delicadeza, atención, novedad. No se fuerza nada en el descubrimiento mutuo, y todo transcurre de una manera natural. Sin embargo, un toque de atención se lo da a Lea una camarera, cuando la pareja está almorzando en una cafetería. No es la primera vez que ve a Tom con chicas jóvenes. El espectador sabe que hay algo raro en Tom, y Lea también, pero hasta ese momento no hay nada que pueda poner a Tom en su contra, y Lea se va pillando, hundiéndose en las arenas movedizas del querer. Como la relación es asimétrica Tom ejerce un control que pudiera ser físico pero es mental. Tom maneja a Lea, la usa. Hay muchas maneras de violentar a una mujer. 

Hay una escena en el hotel, crudísima, en el que Lea cruza una línea, aquella que sitúa a una persona en otro sitio al que no quiere ir, porque ella ya dice que no quiere hacer lo que va a hacer. Pero lo hace. Y ¿por qué lo hace? ¿por amor? ¿cuál es la naturaleza de este amor? Al cruzar esa línea algo se trastoca, porque en Lea algo ha cambiado, o ha muerto. Y aunque no sabemos cuáles son los sentimientos de Lea, porque apenas los verbaliza (brillante en su papel la actriz Lily Mcinerny) sí vemos sus acciones, sus ojos llorosos, tristes. Vemos a una chica herida.

La reflexión final pudiera ser que aquello que nos repele también nos atrae, que lo que nuestra razón desecha, a veces, el corazón aferra. 
 
Jamie Dack convierte en su primera película su cortometraje anterior: Palm trees and power lines; aquí titulado Nunca llueve en California.

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