Ir al contenido principal

Entradas

Me acuerdo

  Miles de páginas segregan la memoria en algunos casos. No parece entonces una sola vida sino un millar lo que leemos. Una experiencia feraz, ubérrima, desbordada y aquietada en los confines del papel. La memoria trabajando a destajo, reconstruyendo el pasado o creándolo de nuevo en su pacto con la ficción. Grandes gestas, tan lejanas como ajenas. Más a mano me queda Perec, su Me acuerdo. Recuerdos que son calderilla de la experiencia: olores, sabores, emociones, canciones, lecturas, viajes, ciudades, amoríos, extravíos… todo el cañamazo de la identidad. Me acuerdo que a los quince los cuarentones me parecían unos carrozas.

Mudanza

  Me decía una amiga que si hiciera una nueva mudanza esta sería ya con los pies por delante (más tránsito que mudanza, pues). Exageraba, pensaba yo al oírla en Las Norias semanas atrás, mientras daba cuenta de un café con leche y hielo, abismado con el cuchareo en el vórtice que hacían los cubitos, arremolinando, cuales derviches, el líquido que asemejaba la faz limosa del Ebro en día de crecida. Y no se equivocaba mi amiga, no. En absoluto.            Una mudanza entre pecho y espalda, doy fe, te pasa por encima, exhausto te deja, además de ser muy capaz también de postrarte con el pensamiento macabro de haberte convertido en un asesino, al contemplar cariacontecido los restos mortales de una pasión bibliófila hecha añicos; cientos de libros guardados ahora en cajas, indistintas, a no ser, por un guarismo en la cara superior que identifica el número de caja, pero no su contenido, tan singular y único. Libros depositados en un tras...

Plazas

    El 19 de noviembre de 2020, pasadas las seis de la tarde, regresaba a mi casa por la Calle Mayor y a la altura de la Plaza del Parlamento tomé esta foto. Lo que llamó mi atención fue ver la plaza desierta, los adoquines ocultados por las patas de las mesas y las sillas, entonces desaparecidas, así como la falta de gente, una soledad sonora que bramaba su desamparo y le confería un rostro inédito a un espacio que durante semanas dejó de ser una plaza, y ahí entonces el regusto amargo en la boca, la tristeza con falanges de acero recorriendo mi espinazo, en una caricia fúnebre, en un réquiem que sonaba a muerto al compás de las campanas en las iglesias próximas, un malestar excusable, creo, si pensamos que las plazas son los órganos vitales de la ciudad, por cuya sangre corren las terrazas, las palomas, el paisanaje, los turistas, la vida, la linfa urbana, en definitiva. Porque todo lo demás son calles, ruido, tráfico, edificios, naturaleza domesticada. Porque la plaza es el...

Metamorfosis

Lo vio acercarse. Vencido por el temor dijo No me hagas daño. El extraño lo miró extrañamente y su miedo se agrandó. Sus pulmones no recibían aire, un cortafuegos los jadeos. El extraño rebuscó en su mochila de cuero. Cerró los ojos. Una pistola, un cuchillo, una soga, la imaginación desatada. Al abrirlos, el extraño le extendió un jaramillo de madera. Sopla, pero antes pide un deseo. Incrédulo, pidió el deseo y sopló. El jaramillo volvió a la mochila y el extraño al camino. Lo vio girarse antes de emprender la marcha. Sólo de nuevo. El Hermano era una ausencia.

Fosa común

Todas nosotras dispuestas en formación. Las más manoseadas delante. La inmensa mayoría solo hacemos bulto. Sea por interés, por el dictado del mercado, sea por ignorancia. Nuestra extinción está ahí, a la vuelta de la esquina, si hubiera esquinas. Somos como ese órgano que desaparece por no usarlo. Es posible que esto deba de ser así: la renovación, la regeneración, la adaptación. No obstante, él lo intenta, lo sabemos de buena tinta, es un decir, pues todos escriben hoy en teclados. Busca darnos algo de vida, una oportunidad, pero hay muchos peros, demasiado desinterés. El diccionario es nuestra fosa común.

Vejez

Una figura frente al espejo. Un rostro. El resto poco más que ropa deslucida, arrugada, en el cuerpo magro propio de un espantapájaros, olvidado de las aves. Caminos del olvido son las profundas arrugas en el rostro de este espectador de sí mismo, mojones horizontales que deslindan pasado y futuro. Cauce seco, la piel ajada ante el cristal. La memoria del agua vendría con las primeras lágrimas. Un llorar sin principio y sin final. No ha lugar. Un llorar que lo barrería del espejo, de sí mismo. Una placenta imposible, capaz de volver a albergarlo. Lluvia que todo lo borraría.