Aquí la tentación no vive arriba,
sino dentro de una mujer de setenta años que siente la voluptuosidad en el
cuerpo, en el tacto, también el deseo frenado en seco en la relación marital.
Puede Mamacruz resignarse, persignarse, poner velas y pedir perdón a Dios por
sus pensamientos pecaminosos, que no lo son. O puede también mudar de piel y explorarse,
conocer de primera mano qué es la sororidad, la complicidad, la intimidad con otras
mujeres. Proceso que le lleva a cuestionarse su moral, a explorar y
reconfigurar su rol de madre para relacionarse con su hija de otra manera.