Cosa curiosa e inextricable es la fe y el camino hacia el Señor, en la atención a su Llamada. La joven Ainara, estudiante en un instituto religioso, en el vestíbulo de la mayoría de edad, después de unas convivencias espirituales (la película comienza con el estribillo del Quédate de Quevedo) experimenta esa llamada. La noticia cae como una bomba en su familia, más afectada su tía (Maite) que su padre (Iñaki).
¿Qué lleva a una joven en la flor de la vida a querer renunciar a tantas posibilidades (estudios, familia, amistades, sexo, maternidad) para arrostrar una existencia ascética marcada por las privaciones, en un posicionamiento tan radical como es la clausura? La explicación es la fe. El alimento diario será Dios. Incomprensible para la mayoría. Una de las soluciones planteadas es llevar a Ainara a un psicólogo. Otra que se eche un novio y las apetencias del cuerpo de varón desplacen las apetencias del cuerpo de Cristo.
La firme determinación de Ainara hace aflorar otras muchas cosas como las crisis de pareja (entre Maite y su marido), la naturaleza de los afectos, la idea de familia (algo que siempre viene impuesto), el sentido de comunidad (religiosa; algo voluntario).
Maite reprocha a su hermano que no luche más por su hija. Quizás debería hacer como Quevedo y rogarle que se quedase con ellos, que hiciese oídos sordos a la Llamada, a los Cantos de Sirena de la fe.
Alauda Ruiz de Azúa demuestra en Los domingos (como en Cinco lobitos o Querer) su maestría con los diálogos (¿qué responder al chorreo de su tía Maite cuando esta entiende que la decisión de su sobrina es irrevocable? Unas manos en contacto, unos ojos humedecidos que se buscan, y tres palabras: Rezaré por ti) y la dirección de actores y actrices (brillante Blanca Soroa como Ainara). Obliga al espectador a hacerse preguntas, a abrir los ojos a otras realidades inéditas, incluso a remover conciencias.

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