En un recóndito paraje islandés sobrevive una pareja en una granja. Tuvieron una hija. Murió joven. Cuando una oveja pare, al mundo no viene un corderito sino un ser mitad humano, mitad oveja (me recuerda la novela Patas de perro). Para la pareja una hija. Llevará el mismo nombre que la que murió. ¿Cómo se acomodan los deseos a la realidad? ¿Cuál es la naturaleza de este particular amor filial? ¿Quién es el padre de la criatura? ¿Por qué hacer justicia implica la venganza, el ojo por ojo, el muerto por muerta? Muchas preguntas en la película de Valdimar Jóhannsson.
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.