Las palabras buscan la salida en el dédalo del cerebro. Ven la luz a través de las manos del hijo y su lenguaje. La sintaxis del amor, afecto y cariño son signos que buscan una imposible interpretación. Las preguntas son círculos en la rasante del desaliento y la fatiga. Surge entonces la idea de cambiar el pasado para ofrecer tantas variantes como viajes realizados. El juego compartido será un placebo, también un neón parpadeante en donde titila la vida precaria antes del apagón final. El hijo regresará al origen del mundo, al tibio regazo de la madre, al sempiterno relevo.