Gracias al grupo de excursionistas Vida y montaña, en 2024 he podido vivir la montaña. Este es el resumen de las excursiones hechas el pasado año.
Quimboa alto
Nada que ver con la sensualidad que rezuman los bikini bridge, pero después de la ascensión, bien ventilado tras atravesar el collado, habiendo dejado de lado el vivac y pisando lascas de piedra, lejos ya del cascabeleo de los cencerros y cada vez más cerca de un cielo despejado y elástico, ya en la cumbre, es menester sacar el móvil y ejecutar un sándwich leg. Al frente los picos graníticos recortándose en el horizonte, buscando (como a Willy) el ibón de Acherito, reflejo de agua en lontananza que no atiende a un espejismo, a pesar del esfuerzo y la fatiga.
Untzillaitz
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.
Toloño
No
regresarás por los madroños, las manzanas del camino, las maguillas, los
impasibles caballos percherones, los halcones en su bucle, el camino que trazan
las senderuelas; tampoco por el banco de nubes, la bruma inconstante, los
espinos en los tobillos, la concertina vegetal de las zarzamoras, la luz
haciéndose un hueco entre las ramas de las hayas o el terreno velado alfombrado
de hojas, ni incluso por las increíbles vistas en el Toloño, en Peña Colorada,
en el Portillo Salsipuedes, no. Volverás por la animada conversación, las
impetuosas risas, el almuerzo al socayo. Volverás por el grupo. Y lo sabes.
Izki
Escupe agua sobre las fronteras; Álava, Navarra, La Rioja. ¿Qué saben los árboles de estos lindes administrativos? Ves los mojones de piedra en los bosques. Beben los robles, las hayas, los acebos, los castaños, en su ofrenda de castañas, las yeguas en los caminos. Recorréis la cumbre. Hasta el cielo no os conducen los pies, sino el bizcocho, el membrillo, el orujo de maguillas. Pronto caerá la tarde. Veréis rejuvenecidos cómo rebotan los años en el frontón, ahora en el vaivén del columpio y el trote suave del caballito. Sientes la fluidez en el tobogán, la inercia de la alegría.
Etxebarri
Avanza la cuadrilla multicolor en su vaivén. De la cima a la sima por los montes de Etxebarri. Verás penachos de roca con forma de colgajos fálicos. Recorrerás la brecha del tamaño de dos brazos, donde se filtrará la luz del esforzado sol. Aceptarás los juegos que la naturaleza te ofrezca: la pequeña abertura apenas visible entre bojs; como en el tragantúa serás defecado al otro lado, en un claro. Sortearás túneles de piedra y sendas escarpadas. Encontrarás abrigo en el sereno tronco del roble. Luego Etxebarri, después Larrión. Lo compartido bien sabe. ¡Qué rulen las palabras y los bizcochos!
Beriain
No parten diez argonautas del mar de niebla, sino diez excursionistas hacia Beriain. Ascensión o calvario. ¡Anda!, Andoni ya baja como Pedro por su casa y saluda. Búscame en google, dirá. Arriba el horizonte se alimenta a sí mismo. Parada en la ermita de San Donato. Pero ni oramos ni yantamos. Sobre nuestras cabezas, buitres y parapentes compartiendo el mismo aire. Se suceden los portillos en el barco de piedra, rumbo hacia la proa. Luego, la bajada pronunciada. ¡Danos pista (forestal) que vamos! ¿Quién va en busca del tiempo recolectando berros, lo pierde? No. Llegamos a Unanua. Empacho de vocales.
San Justi, arco de la Balzarra
Haz del día más corto del año el más cundido. Madruga, pero no demasiado, y aprovecha del buen hacer de un conductor de primera, para cruzar en autobús al otro lado del León Dormido, junto a otros cuarenta y tres excursionistas. La niebla se disipa y la lluvia no hace acto de presencia. Comienza la leve ascensión. No es un calvario, pero verás la cruz de Arluzea, el buzón, el horizonte replicándose en la distancia. La Navidad y el Belén van de la mano. Uno chiquitín quedará instilado en la roca del arco de la Balzarra. Suenan los villancicos. Huyen las aves. Imposible competir con el trino de los pájaros. Luego el descenso. Arluzea tiene 35 vecinos. Somos 44. Ocupamos el municipio en plan bien, porque dejamos la quesería bajo mínimos. En esa tierra extraña que es el Condado de Treviño -una isla burgalesa en territorio vasco-, acabamos en Ascarza, en una sidrería. La comida es sota, caballo y rey. Muy buena, sí. Lo importante aquí son las canciones. Una canción no es canción hasta que la canta el pueblo, dijo alguien. Así es. En el comedor, las voces del grupo se fundirán con las de otra familia, celebrando un cumpleaños, y las canciones, una vez hemos dado cuenta del queso, el membrillo y las nueces, se sucederán una tras otra. Incluso sonará, al violín de un joven talentoso, el Bésame… bésame mucho. Pensarás en una canción de Sabina, esa que dice ¿Cómo van a caber tantos besos en una canción? Y te lo aplicas ¿Cómo meter tantas cosas de un día tan apretado, tan pródigo en emociones y tan gozoso, en apenas 275 palabras?
San Lorenzo
No hay que esperar a la Navidad para pasar una noche buena. Tampoco es necesario esperar a la Nochevieja para ascender el monte más alto de la Rioja, el San Lorenzo. Por eso, hoy, 30 de diciembre van once discípulos de la montaña hacia la cumbre nevada. Cuesta verlos entre el blanco cegador, cuando en el mirada se funden el blanco de la nieve y el éter del mar de nubes. No os llegará la algarabía de los niños abajo esquiando, porque en lo alto reina el silencio, solo roto en la cima por el petardazo del cava espumoso, 100% natural, haciendo acto de presencia. Al resguardo del aire, las espaldas apoyadas en la caseta de lata, las copas en alto, en un trajinar de nueces garrapiñadas, polvorones, palmeras caseras, chocolates varios, irá la alegría hilando palabras, villancicos, propósitos. La mirada se desparrama en todas las direcciones desde el panóptico en el que el monte se ha transformado. El hielo irá desplegando su arte en pequeñas joyas, para la mirada atenta. El sol, rebasadas las dos de la tarde, irá calentando la nieve, y en el descenso, la pista será un baile de cuerpos que buscan besar la tierra. Acertará Magdalena cuando diga que transitamos por El Valle de los Caídos. Darás fe de ello más de tres veces, besando el suelo (helado) que te gustaría pisar con crampones. Pero finalmente consumáis la bajada y en Ezcaray el frío helador se verá reparado, asentados en un enorme sofá de sky blanco en el Troika; los estómagos entonados entonces con los irlandeses, servidos en minicopas bautismales y delicados tallos, o con cafés con leche. Y la vida cuanto más dulce mejor, más aún si hay que celebrar un cumpleaños, el de Divina, derrochando vida y ofreciéndonos un bizcocho con chocolate que está de muerte. La montaña deja en el excursionista momentos inolvidables, experiencias que perdurarán en la mente, y más en el cuerpo, piensas mientras tecleas.