Paramos en la cafetería El Ribero al ir y en El Crucero al volver. En las poblaciones del mismo nombre. Aquí la imaginación se guarda en el bolsillo.
Si la niebla persiste desde que entramos en Oña hasta casi llegar a Espinosa de los Monteros, luego tras coronar el portillo de la Sía (1246 metros), el horizonte se nos ofrecerá despejado, con un cielo limpio de nubes, y las crestas de las montañas, en la distancia, recortándose en el gran azul.
La climatología favorable contribuye a que el aparcamiento, a las diez de la mañana, en el Parque Natural de los Collados del Asón, esté ya a rebosar de coches, motos, autocaravanas e incluso autobuses, de los que descienden excursionistas como nosotros, dispuestos todos nosotros a disfrutar unas cuantas horas por las montañas.
La cascada no está lejos del aparcamiento, pero al acercarnos a ella, una vez finalizada la ruta y ver que la cascada es un tímido hilillo, lo dejamos para una ocasión más propicia.
Y a nada que le echemos un mínimo de imaginación no tardaremos en visualizar castillos.
Ya habíamos andando antes por cañones impresionantes como El barranco del infierno en Viguera, pero esto que vemos hoy, como esos puertos impensables del Tour de Francia, se trata de una categoría especial. Se entiende que estas grandes formaciones de piedra verticales y casi lisas reciban el nombre de Manhattan de Piedra.
Es un gusto dejar volar la mirada hacia lo alto, donde la piedra y el cielo se funden en una imagen de gran belleza, al tiempo que, como apunta Javier, apuntala nuestra insignificancia.
Es igual de placentero adentrarse también por el laberinto que forman las paredes de piedra dejando un sendero, para nada angosto, por el que circular. Y sorprende ver cómo la naturaleza, que siempre logra abrirse es paso, es capaz de crear en Canal honda un hayedo en un espacio mínimo, aprovechando la humedad entre dos pareces verticales de roca y en un espacio reducido.
Humedad que es evidente al ver el mullido musgo con el que se alfombran muchas de las rocas en el bosque. Antes de salir al exterior pasaremos por delante de la Cueva de Turrutuerta. Es un entrar y salir.
A nuestra izquierda siempre y superado el valle están los Campanarios. La idea es ir hacia allá, hasta el Glaciar Hondojón y proseguir por el Coladero de la Tortuga, pero el tiempo se nos echa encima y al descender más de la cuenta, iniciar el ascenso y completar la ruta por esa zona no resulta factible.
Así que decidimos regresar a los coches por una pista en buen estado. Testigos de nuestros pasos hay manadas de caballos impasibles.
Caminamos por el valle flanqueados por macizos montañosos a ambos lados. Nos encontramos en el polje de Brenavinto. Nos resulta a todos muy raro la palabra polje.
A mí me lleva a Serbia. Resulta ser una palabra castellanizada, pero de origen eslavo: poljé. Es una depresión en un macizo de roca kárstica. Por otra parte el prefijo brena, como en Brenavinto, hace mención a los brotes de hierba que salen después de haber segado.
Me comenta César que por donde vamos, en otra ocasión estaba lleno de agua y parece ser que cuando llueve mucho, parte de la depresión se inunda, dando lugar a pequeñas lagunas guadianaescas, que tan pronto está como no.
El pasado está muy presente en el terreno que hollamos, porque lo que hoy vemos y pisamos es fruto de los antiguos glaciares que hubo aquí en su día.
El camino hasta el coche es cómodo, solo resta subir una pequeña loma.
Una ruta circular muy recomendable y gratificante, máxime si el tiempo, como hoy, acompaña.