Atender la llamada de la montaña nos conduce hoy hasta suelo francés. Iremos dirección Pamplona, pasaremos por Jaca y veremos los carteles de las estaciones de esquí de Astún y Candanchú, las cuales todavía no están abiertas, lo cual supondrá que las carreteras estén casi desiertas a la tempranera hora en la que circulamos. Pasaremos por el pueblo de Canfranc y veremos la estación a nuestra derecha. No atravesamos el túnel, sino que ascendemos el puerto de Somport y dejaremos los coches estacionados poco después de iniciar el descenso, en el aparcamiento de Sansanet, en un amplio pero corto arcén. En la carretera ya vemos cómo el hielo se manifiesta a través de formas caprichosas, en tenedores gigantes de ocho puntas, por ejemplo.
Cien metros después de abandonar el aparcamiento ya vamos por la GR11 equipados con las raquetas, pisando nieve, por el Parc National des Pyrénées. Hemos de cruzar una pasarela sobre la Gave de Aspe.
La primera parte de la ruta transcurre por un bosque, un hayedo, que iremos trazando en zigzag. Pero Noviembre Postrimero es un aplicado peluquero castrense que ha dejado los árboles ya pelados de hojas, aunque algún acebo muestre todavía sus frutos y sus hojas de un verde muy vívido y brillantes.
Nos encaminamos luego hacia lo alto, por el cordal que nos situará en el lomo de la Mujer muerta.
Faltará poco para que la mujer pueda contar con un compañero para toda la eternidad, pues Javier come un fruto seco que le hace pasar un mal rato. Antes veremos un sarrio, ejerciendo de centinela en lo alto de una montaña, al que vemos alejarse de nosotros, cojitranco. En mi raqueta, de repente, se desprende la cincha y de uno de los tornillos y sin posibilidad de arreglarla en ese momento, me veo yo también ascendiendo la montaña como el Cojo Manteca.
Son apenas 300 metros, pero más que suficientes para notar cierta molestia en la cadera.
Con el Ibón de Estanés a tiro, debajo de nosotros, paramos a almorzar y César se erige en un improvisado MacGyver, ya saben, aquel gringo bonachón que con una cajetilla de cerillas te hacía una cabaña en Yelowstone o que con un folleto del Wallmart te ponía en funcionamiento un F16. Avivado el ingenio, el buen uso de la cinta americana y cuatro bridas, permitirán que mi raqueta cobre vida de nuevo. No sé ya dónde acabará mi bota y empezará la raqueta, pero el certero apaño me permitirá hacer lo que reste de ruta sin el menor problema.
El cielo entonces se nubla, al fondo vemos nubes negras, y el agua del ibón no se convertirá en un espejo. Antes sí, lo era.
Lo bordeamos para luego iniciar el regreso hacia el aparcamiento.
Ver la nieve y no querer tirarte, y hacer un ángel, es como escuchar tu canción favorita y no querer, al menos, mover una pierna. Así que nos daremos el gusto de que nuestros cuerpos toquen la mullida nieve y regresar, por un momento, a la infancia.
Luego, continuamos el trayecto.
Vemos pisadas de animales y en un agujero redondo, una rana lo ha convertido en su guarida. Vemos también un insecto, algo similar a una araña (resulta ser un zancudo de agua), campando a sus anchas por la nieve.
Ya cerca de los coches nos cruzaremos con unos cuantos excursionistas. Saludamos en castellano y nos contestan en francés, o en vasco, o en castellano. Nos sobrepasa una mujer francesa, que va enmachetada, y que en su caminar acelerado denota cierta desorientación. Gracias a Fermín, la mujer corrige su trayectoria cuando escuche las palabras mágicas: Vaya por lo blanco.
Al regresar pararemos en la estación de Canfranc.
Vemos su interior, reconvertida la antigua estación de tren, desde comienzos de 2023, en un lujoso hotel.
Apreciamos el bonito trabajo en el techo: el artesonado de madera y las vigas de metal, tachonadas como las del puente de piedra logroñés. Fuera hay dos vagones. Es un restaurante galardonado con una estrella Michelín.
Acabaremos la jornada untando los churros en chocolate caliente, en un bar ubicado frente a la estación.
Una ruta invernal espléndida.
© Fotos Vida y Montaña
Magnifica cronica, lo recoges todo todito 🥂
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