El breve documental (apenas media hora) Bajo la nube de Pedro Reyes, disponible en MUBI, nos alerta de los peligros de remover el subsuelo para la extracción de uranio, altamente contaminante por miles de años.
Se refiere lo sucedido en Nuevo Méjico, donde se extrajo uranio para alimentar las centrales nucleares de todo el país, dejando la superficie terrestre devastada, cuando en 1979 hubo un derrame de 94 millones de galones de material radiactivo que llegó incluso hasta Arizona. La planta, sin embargo, nunca se cerró y siguió contaminando el agua, el Río Puerco. La bomba atómica White Sands se probó en el mismo territorio. Y las personas que ahí viven hoy son víctimas de la radiación. Una radiación que algunos activistas entendieron rápidamente que la radiación era mucho más peligrosa que el racismo o que la guerra de Vietnam, entre otras cosas porque la radiación ni se oía, ni se veía, ni se olía, pero igual mataba.
El debate sobre la energía nuclear se llevó hacia la idea de los Átomos para la paz, en 1955, con Eisenhower. De esta manera la energía nuclear no debía encaminarse únicamente hacia un destino militar y sería capaz de suministar electricidad a los hogares. Sin embargo la energía nuclear contamina, porque algo hay que hacer con los deshechos generados. Las armas nucleares son hoy el motor económico de Nuevo Méjico. Al igual que cuando se creó en 1943 la primera bomba atómica, en el Proyecto Manhattan, luego lanzada en Hiroshima, hoy siguen creando bombas con estrictas medidas de seguridad, desarrollando la nueva generación de armas nucleares en sus laboratorios, fabricando bombas de plutonio. Para comprobar cuales eran los efectos de la radiación, primero se probó con animales. Más tarde con humanos, como si fuesen cobayas, conejillos de indias. Sucedió así con los habitantes de las islas Marshall (con la destrucción del atolón Bikini), en medio del Océano Pacífico, pues no eran visibles, y eran nativos (y por tanto, para el gran poder colonizador: deshechables). Una práctica habitual. Los rusos lo hicieron en Kazajistán. Los británicos en Australia y Francia en Argelia en el desierto de Sahara, poniendo en peligro a los tuareg.
Un documental que es un ejercicio de memoria y de lucha, para que nos preguntemos si hoy en día hay que seguir apostando por la energía nuclear, cuando tenemos la energía solar o la eólica, más a mano y mucho menos contaminantes. Y sin olvidar que hoy hay 9500 ojivas nucleares disponibles. Más que suficientes para llevar a nuestro planeta a su desaparición.

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