El refugio de Belagua, visto en la distancia, desde la carretera y en escorzo, presenta el aspecto de una tienda de campaña canadiense, con el tejado a dos aguas. Al anochecer, el alojamiento se me antoja la casita iluminada de una película navideña.
En su interior haremos noche. Cenaremos a las siete, copiosamente: spaghettis con tomate, arroz con verduras, butifarras y mousse de yogur. Y a las diez a dormir. No se oirá ni el ruido de un mosca, descontados los ronquidos: propios y ajenos.
El desayuno, a las siete de la mañana, ofrecerá al excursionista café, leche, bizcocho casero, mantequilla, zumo, pan tostado, AOVE, mermeladas, jamón cocido, queso...
El rosicler inaugura un nuevo día.
Con el estómago a punto nos dirigimos al lugar en donde comenzará la ruta, a unos quince minutos del refugio: en el aparcamiento del Col de la Pierre Saint Martin.
A pesar del cursillo acelerado recibido la noche anterior para poner a punto los crampones, en el fatídico momento, hay que recurrir a la inestimable ayuda de César y a unos nudos para dejarlos lo más fijos posibles a la bota. Un poco antes de las nueve ya estamos hollando la nieve.
No tardamos mucho en toparnos con el macizo del Arlas.
Pero avanzamos porque nuestro objetivo es el Pic Anie y según reza el cartel nos restan 4,5 kilómetros: dos horas en condiciones normales. Con nieve y camprones serán casi cuatro.
A pesar de la temprana hora ya somos unos cuantos los que nos encaminamos hacia el Pic Anie, el primer pico de más de 2000 metros en Francia, viniendo del Atlántico. Vemos grupos que hacen la ruta con esquís.
Es un regalo ver cómo el sol se asoma efíramente sobre la cresta nevada del Anie.
Un buen rato nos llevará atravesar el Kars de Larra. Es un paisaje singular, donde la nieve deja ver las abundantes grietas y simas, ante las que hay que andar vigilante.
El Pic Anie se muestra cada vez más cerca, pero el acercamiento hasta la base nos llevará bastante tiempo, dado que no lo abordaremos por su cara norte, sino por el lateral. Una vez en la falda de la montaña llega la ascensión. Una acusada pendiente en la que los camprones y el piolet harán su trabajo.
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| Javier, César, Francisco y Carmen |
Detrás de los cristales de las gafas de sol los ojos brillan por la emoción, después de haber llegado a la cumbre (a 2.507 metros), aunque el ventarrón nos anima a descender lo más rápido posible.
El regreso será un agradable paseo, a medida que el viento pierda algo de ímpetu. Disfrutaremos de zonas en donde brillará el sol. Al pasar por las inmediaciones del Arlas, la nieve ha perdido su dureza, y se hace más complicado ir con los camprones, pues es más fácil hincar la pierna con nieve hasta la rodilla.
Llegaremos al punto de partida unos pocos minutos antes de las cinco. En total algo más de ocho horas y unos quince kilómetros.
Una ruta exigente (al menos para mí, que era mi primera ruta con camprones), cuyo esfuerzo se vio recompensado con creces.
En el camino de vuelta pararemos en el bonito pueblo de Isaba, en el SNÖ, cafetería/mentidero/centro social, donde repondremos líquidos y brindaremos por el éxito de esta ruta invernal memorable.
© Fotos Vida y Montaña



































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