La ruta comienza en el pueblo alavés de Bernedo, al que se accede desde Logroño después de coronar el Puerto de La Aldea (1000 m).
La ascensión se manifiesta al poco, cuando a mano izquierda rebasemos el cementerio. Le sucede una empinadísima cuesta que deja a mano derecha los restos de un castillo, reducidos a un muro cuadrado, muy venido a menos.
Más tarde nos internamos por el bosque, un hayedo en el que sol no consigue entrar. La humedad es notoria bajo la bóveda vegetal.
El ascenso continúa durante casi una hora hasta alcanzar los farallones de piedra calizos, o la base de la montaña, a la que accedemos tras una breve trepada.
Luego, poco a poco nos vamos acercando hacia la cumbre. La cresta Mugalari se va estrechando, a medida que el horizonte se ensancha, ofreciendo al excursionista un horizonte casi ilimitado, desparramado hacia tierras riojanas, alavesas y navarras.
La dificultad viene cuando el cordal se transforma en una cresta, por la que se puede andar sin problema, si uno no es víctima del vértigo, bajo el cual no es raro sufrir un blancazo, quedarse postrado, con la mirada perdida, como una vaca mirando el tren. Pero en este caso, la unidad de rescate y soporte vital: Javier+César, ofrecen brazos y seguridad y de esta manera el grupo se desplaza.
Unos lo harán a pie, otros sentados. Hay quien lo hará con la mirada dirigida al punto en donde la cresta se vuelve a ensanchar y el peligro se disipa, para volver el color al rostro, y también la chispa al, hasta hace nada, un cirio pascual de carne y hueso.
Poco después alcanzamos la cima de Peñalta (1243 m).
A nuestro alrededor, desde las oquedades en la roca, bajo nuestros pies, sobrevuelan media docena de buitres. Paramos junto al punto geodésico y después en el buzón con forma de tienda de campaña canadiense. Al echar la vista atrás, y ver el camino recorrido, es cuando se toma conciencia de lo que se ha logrado.
Cruzamos la carretera, en la divisoria entre Navarra y Álava, como nos lo hace saber uno de esos mojones de piedra cada más menos presentes en las carreteras.
Nos internamos en el bosque por una pista, bajo la protección del hayedo, hasta arribar a Bernedo, donde encontramos mesas, sillas, cervezas y refrescos en un bar abierto.