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Misión imposible: Sentencia final

 


En 1996 dio comienzo la saga Misión imposible. Ahora, casi tres décadas después, se estrena la octava película: Sentencia final. No estoy seguro de que sea la última, por mucho que así nos lo quieran hacer ver.

 Con el paso del tiempo las películas van ganando en duración. Esta dura casi tres horas que se pasan en un suspiro, gracias a un ritmo frenético, con secuencias que transcurren en el fondo del mar, o en los cielos, dentro de un submarino o en una avioneta. No faltan tampoco las persecuciones con vehículos. Si echo a faltar las máscaras con las que Ethan (Tom Cruise) se metamorfoseaba en otras personas. 

Cogiendo el pulso a la realidad, el enemigo aquí es La Entidad, o las máquinas, una conciencia digital capaz de tomar el control mundial, a medida que lo analógico deja paso a lo digital y todo es susceptible de ser hackeado. 

Ethan debe salvar, una vez más, el mundo. Para ello cuenta con algunos de sus fieles amigos, como Luther o Benji. El grupo lo completan Grace, Paris y Theo. Aquí no se trata de dejar en suspenso la credibilidad, sino más bien de borrarla de raíz, porque todo lo que sucede en la película es imposible. Pero no pasa nada, la franquicia funciona así. Ethan es capaz de todo y el guion será capaz de ponerlo a prueba ya sea a lomos de una avioneta, zapateando como el Correcaminos o nadando en aguas heladas -a cuerpo-, para morir y revivir poco después, con el beso encantando de Grace.

En fin, la película ofrece acción a raudales y no defrauda. Y deja un mensaje, que visto el percal, con Trump (el enemigo público número uno) haciendo redadas diarias para deportar a los extranjeros, sacando pecho y a los militares a la calle, amordazando la democracia, en una deriva cada día más autoritaria y despótica, dista mucho de la bondad y ese mundo mejor al que la esperanzada presidenta americana, Erika, apela en la película.