De entrada: un infierno grande donde cabe de todo. Luego: una adición de microrrelatos que van creando adicción: esa imagen que aun siendo repulsiva no te permita apartar la mirada. Sin tener muy claro qué he leído, siento la atmósfera enfermiza al respirar. Un terreno resbaladizo y pegajoso, como la materia de los sueños o aquí de las pesadillas. Cunde el horror y el terror; eso desconocido que tanto nos alarma. La prosa aventa la pesadilla tanto como lo macabro. Afloran las resonancias y el lenguaje se despeña por caminos insospechados. Por ahí transita el lector-yo tan alertado como feliz.