Nunca sabremos qué hubiera sucedido si no hubiera estallado la Guerra Civil en España hace casi un siglo, si no hubiera habido esa lucha fratricida, si Francia y Gran Bretaña hubieran apoyado al gobierno legítimo de la República elegido en las urnas, si el alzamiento de Franco no hubiera contado con la ayuda explícita de los nazis alemanes y los fascistas italianos; nunca sabremos qué recorrido hubiera tenido la Ilustración en nuestro país, el desarrollo, por ejemplo, de proyectos tan transformadores y necesarios como el de las Misiones pedagógicas. Lo que sí sabemos es lo que trajo la guerra: los cientos de miles de muertos en ambos frentes, muchos más en el bando republicano, los represaliados (los perdedores de la contienda) después de haber resultado Franco vencedor, el hambre y la miseria sufrida por la población durante décadas, la resistencia de Madrid para que no pasaran los fascistas, los más de cien mil muertos y heridos en la Batalla del Ebro, la masacre de Guernica a manos de los aviones alemanes en su apoyo al Caudillo, la masacre de civiles que huyendo de Málaga (alrededor de 200000) iban por la carretera hacia Jaén, la conocida como La Desbandá, y fueron masacrados más de 3000 de ellos, desde el cielo, por la aviación alemana e italiana y también desde el mar (al frente de la operación el general Queipo de Llano); los siete mil curas y monjas asesinados en la zona republicana, las casi cuatro décadas de dictadura y ausencia de libertades entre 1939 y 1975.
1936 pone en escena (brillante la dirección de Andrés Lima, con texto de Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga), durante cuatro horas, muchos de estos acontecimientos claves que determinaron la guerra y dieron la victoria a Franco. También vemos el antes de la guerra, el convencimiento de que si Azaña ganaba las elecciones (las ganó en 1931) habría que volver a poner las cosas en su sitio, restaurar el orden, y en esa labor conspirativa estuvo muy activo Calvo Sotelo, quien el 13 de julio de 1936 fue asesinado por las fuerzas de izquierda.
Son muchos los personajes en
escena como Azaña, la Pasionaria, Concepción Arenal, Vicente Rojo, José Antonio Primo de Rivera, gente del pueblo, anarquistas, terratenientes, labriegos, cabareteras..., además de toda la cohorte
de militares franquistas que proponían el exterminio físico del enemigo (tanto militares como civiles). Ese
era su propósito y lo cumplieron durante y después de la finalización de la guerra civil.
Si la obra acaba con un abrazo (y reencuentro) familiar, entre los vivos y los muertos exhumados, algo similar debería suceder también la sociedad civil, aunque esto parece poco probable, cuando la consigna para los vencedores de antaño siempre ha sido el “no remover”, el “dejar las cosas como están”. Es decir: mejor pasar página, mejor olvidar, desconocer el pasado, la historia patria, lo que pasó en 1936 y los años sucesivos; mejor el no preguntar, el no saber, mejor el olvido y la desmemoria; ¿para abonar así el terreno y repetir sin remedio los mismos errores y horrores?
A la salida del Teatro Bretón, una amiga me habló con entusiasmo de la novela La península de las casas vacías, de David Uclés. Lo buscaré.